Un día se atrevió a pedirnos que entrásemos en su casa. Junto a él había una caja llena de polluelos de gallina que no dejaban de piar.
Cuentan que aquella niña se acercó, miró durante un rato muy callada y se levantó el vestido para, según dijo, darles teta y dicen que la carcajada del hombre serio fue tan sonora que sorprendió a todos y asustó a la niña.
Yo no sé qué fue de ella. No la recuerdo. Me siento como ese hombre serio que la miraba desde la ventana.
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