Proyecto Ridiculum


Cumplidos ya los treinta sigo estudiando.  Uso la misma cartilla de ahorros que me abrieron mis padres cuando tomé la comunión (dicen que soy atea) y desde ese primer ingreso el saldo no ha hecho más que menguar, probablemente al mismo ritmo que lo hace mi valor como ser humano. Acelerado. Acelerado.

Ser medianamente inteligente desde que un test lo atestiguó en el parvulario y portadora de la talla 36 desde hace más de diez años, no me ha servido para enamorar a ninguno de los seis o siete tíos con los que me he acostado.

He tenido un perro epiléptico, un pez con tendencias suicidas, una tortuga bulímica que falleció al atragantarse con un trozo de mopa y ahora disfruto de la grata compañía de una gata leucémica y moribunda.

Esta especie de blog de recuerdos surge de la necesidad de dar a conocer los aspectos más ridículos de mi vida a modo de purificación catártica a la inversa.

Aunque dejaré abiertos los comentarios pienso obviar -censurar si son insistentes- todos aquellos pedantes, pegajosos y paparucheros que se emitan con alguna intención distinta a la de congraciarse con la más absoluta miseria.